Monday, April 26, 2010

las cigüeñas vuelan sin nada entre los picos
en el otro espacio
no cualquier muerto
sacude su esperma
y me esperan
las manos grandes
de padre y de hombre
del hombre sin rostro
aún
en este espacio
yo asesiné a las hadas
y a las madrinas
por perversas
reverbera el incendio del aire
mientras el hombre hace sangrar la tierra
ahora
en el vacío
habrá que alzar la voz
ahora se va a hacer lo que yo diga
no podrá nadie respirar
de más
como en un imperio
el que calla pierde lo que tiene
y sigo siendo la única
que habla
un jugo tardío
de frutos maduros
una casa
que se oscurece
para inventar sombras chinescas
telas suaves
superpuestas con los aires buenos
las caricias a la misma altura
la mueca del vacío
el perfume matutino con luz
el vestido al revés
el pelo abundante y enredado
con hambre
el nido de un atardecer
o un casamiento
y ahí estabas
en el primer aguijón

(el hipo
me hacía crecer)

instantáneo de trópicos
un cuarto de día
sin sutilezas
las sábanas desarmadas
entre el sudor
ni un beso
la mueca del vacío
el perfume matutino con luz
el vestido de las hormigas
el pelo sin pensar
no hay miel
ni casamiento
y ahí estaba
en el naufragio

(crecía
el hipo)

(viene de Fueguito, de Esperan la mañana verde, María Rosa Lojo, 1998)

A María Rosa Lojo

Tenía un fueguito guardado en un lugar común, un cofre ignífugo. Lo usó para andar sin suelas y sentirse un poco más primitiva, sin origen. Lo usó para ilusionarse con el olor a madera, con la construcción de un hogar, con montañas más posibles. Lo usó para emprender el viaje, errante, de los despojos. Vestida con pieles de sangre aun viva, analfabeta, cansada. Lo usó para derramar hasta la última gota de luz por la grieta. A veces vuelve y busca el puntito hacia abajo, pero ahora no puede ver más. Un fueguito sobrevuela la noche de sonrisas dormidas.